Al final de cada día, tomo un pequeño momento para mí. Un rato de silencio con uno mismo es absolutamente reconfortante y equilibrante. De ese espacio sagrado suelo salir fortalecida pero en estos días, después de la terrible catástrofe en Japón, no he logrado sosegarme ni siquiera en esos paréntesis de quietud que me regalo a diario. Esta demoledora sacudida de la Naturaleza y nuestra evidente fragilidad ante ella, me hizo sentir más débil de lo que acostumbro ser.
Reflexionando, eché atrás la memoria y llegué a la conclusión de que en los últimos años han habido catástrofes espantosas: terremotos o cataclismos devastadores, tsunamis, erupciones volcánicas, tornados, huracanes, incendios forestales de grandes extensiones, brotes infecciosos, alteración en el curso normal de las estaciones, que traen como consecuencia, entre otras, picos de temperatura (veranos muy cálidos e inviernos muy fríos)… En fin, nada de esto es nuevo, pero sí lo es la frecuencia y la magnitud con la que se presentan. Siento que la indolencia, el egoísmo, la incompetencia y la violencia del humano, en muchas ocasiones, ha retado a nuestra Madre Naturaleza y ella está respondiendo con furia.
Esta inquietud la comenté con una persona muy cercana y estuvo de acuerdo conmigo:
- ”Tienes razón –me dijo- no me había puesto a pensar en eso pero ahora que lo dices, es verdad: hay más desastres que nunca y además muy seguidos”-contestó, literalmente-.
Seguimos conversando largo rato sobre el tema hasta que al final terminé contagiándole mi desasosiego.
Al día siguiente, después de drenar un poco mi inquietud, proseguí con mis labores habituales. Tomé el carro y me enfilé hacia la Cota Mil. Como siempre, protegiéndonos y oxigenándonos, estaba nuestro magnífico Ávila. En la montaña todavía se pueden apreciar algunos derrumbes, producto de las torrenciales lluvias de los últimos meses, que sumergieron a gran parte del país bajo las aguas. Aunque paso por ahí casi todos los días, en ese preciso momento, verla con tantas heridas, me afectó más. Es evidente que los acontecimientos del Japón me tenían especialmente sensibilizada, pero también reconozco que, en el fondo, nunca me había acostumbrado a la nueva cara que muestra nuestra querida montaña, llena de arañazos. Tampoco me acostumbro a las noticias desoladoras de algunos desastres naturales que ocurren en el mundo (no me quiero meter con las guerras, por demás, antinaturales); y aún no puedo acostumbrarme a ver las recientes imágenes del antes y el después de Japón. Siento que la Naturaleza comienza a usar sus fuerzas para hacernos llamados por todas partes. Estoy segura que todo lo que estamos viviendo son avisos, a veces a gritos, de nuestra Madre Tierra.
Vivimos en un mundo de mucha presión, prisas y resultados inmediatos, en el que corrientes invisibles imponen lo llamativo, excitante, placentero, novedoso y cambiante, absorbiéndonos espacio y tiempo para la reflexión, con la cual, seguramente, podríamos tener un mundo mejor. Con todo respeto para los que opinen lo contrario, para mí, el dicho que marca tendencias y se oye cada día más, que reza así: “El pasado ya fue, el futuro aun no llego, lo mío es el presente”, me parece de absoluta irresponsabilidad, superficial e incierto. Nuestro pasado siempre condiciona nuestro presente y somos el producto de él, y nuestro futuro, en buena parte, será consecuencia del hoy. Si en el pasado hubiésemos actuado con conciencia y respeto al medioambiente, ahora, no estaríamos pagando el costo que hoy en día tenemos que pagar por nuestro mal proceder. Si también hubiésemos pensado que el planeta es nuestra “Casa Mayor” y para vivir sanos y confortables en él, debemos protegerlo y defenderlo, no hubiéramos permitido que gente sin conciencia ni escrúpulos (aquí incluyo a muchos gobiernos) lo ensucien o lo pongan en riesgo; así, hoy, tendríamos todos una vida mejor y seguro que algunas sacudidas naturales que suceden eventualmente, no revestirían tanta gravedad y a lo mejor otras, ni siquiera se hubieran presentado.
Antes de hacer este pequeño artículo, me tomé el tiempo de hacer una cronología de las catástrofes de los últimos años para plasmarla aquí, pero decidí no ponerla. Tristemente, siento que refuerza mi tesis y tampoco deseo regodearme en la tragedia.
En este momento, mientras escribo, estoy escuchando una noticia emanada de la Comisión Europea de Energía que califica el accidente de la central nuclear Fukushima, en Japón, como apocalíptico. Deseo que se hayan equivocado en su apreciación, aunque igualmente sabemos sobre el peligro por radiactividad al que están expuestos los habitantes de aquella zona… y los vientos soplan, y las aguas de los mares fluyen…Todos vivimos en el mismo Globo y esas “bombas atómicas” son de consecuencias muy graves.
Siento mucha impotencia porque quisiera poder parar tanto desastre y no tengo una vara mágica: ya sé que no puedo. Repito, que ante algo semejante, me siento débil. Sólo se me ocurre escribir y reconozco que no es más que un grano de arena en un océano o quizás ni eso, pero es la única arma que tengo ahora mismo.
Lamento mucho todas las consecuencias que el fuerte terremoto y el tsunami devastador han dejado a nuestros hermanos japoneses y siento aún más las pérdidas humanas, que son irreparables, pero estoy segura que reconstruir los daños materiales que éstos causaron, va a ser mucho más sencillo que reparar el daño, aún no predecible, que está causando la central nuclear. Nuestro planeta azul se viste de negro. Ojalá, este triste episodio del presente, que tendrá mucha repercusión en el futuro, nos sirva de algo y no precisamente para tirarlo al saco del pasado.
Anuchy Ulloa