domingo, 19 de diciembre de 2010

EL CARBÓN





El carbón es una piedra rica en carbono, de color negro y altamente combustible. Tiene una dureza que oscila entre 0.5 y 2.5 en la escala de Mohs.

La roca de hoy es un excelente combustible que se viene usando desde la Edad Media y a pesar de los avances de la ciencia en lo referente a la generación de energía, todavía se sigue empleando. Hay dos tipos de carbón: el mineral y el vegetal.

EL CARBÓN MINERAL, se forma gracias a la acumulación de residuos vegetales en zonas pantanosas. Los troncos de los árboles y sus hojas, al ser cubiertos por el agua de las ciénagas, llenas de fango y lodo, se van pudriendo en ausencia de oxígeno. En este proceso se producen cambios físicos y químicos que se conocen con el nombre de carbonificación, dando como resultado, tras siglos de formación, a minas de esta piedra fosilizada, orgánica y sedimentaria. El carbón es considerado un combustible fósil.

Los principales yacimientos de carbón se encuentran en China, E.E.U.U y en la Unión Europea. Con respecto a la América Hispana podría nombrar a México, Colombia y Venezuela como países importantes en producción de esta roca.

EL CARBÓN VEGETAL, es un material frágil y poroso que se produce por calentamiento de residuos vegetales a elevadas temperaturas en ausencia de aire, de esta forma se produce una carbonización que da como resultado al carbón vegetal.

Se preguntarán el por qué en Diciembre, un mes tan especial, no les hablo de una piedra más glamurosa que ésta y hasta tendrán razón, pero fue la que me vino a la mente y eso tiene un motivo.

La Navidad es una fecha en la que muchos hacemos recuento de todo lo que hemos vivido a lo largo del año y a veces, inclusive, de nuestra vida. Llegados a éste punto nos “revolvemos” un poco por dentro y nos ponemos nostálgicos. Así fue como echando atrás la película de mi existencia, me topé con un recuerdo de mi infancia repleto de imágenes de mis seres amados con los que he vivido momentos tan especiales, que quedaron grabados para siempre en mi mente, como si fueran un tatuaje en la piel. Éste que compartiré con ustedes es uno de esos pasajes, en el que, por cierto, el carbón está presente:

En un frío invierno, cuando apenas era una niña pequeña, me encontraba pasando las Navidades en Europa con mis abuelos y aguardando la llegada del día de los Reyes Magos, el 6 de Enero. ¡Para qué contarles la emoción que me dio el escribirles una carta pidiéndoles regalos!, más si a eso le agregamos que estaba aprendiendo a escribir. Así que, comencé con buen pulso, una misiva dirigida a los tres Reyes Magos: Melchor, Gaspar y Baltasar. Una vez que terminé de plasmar mis letras en el papel, siempre bajo la supervisión y corrección de mi querida abuela, las dos nos dispusimos a llevar el sobre con su importante contenido al correo.

Los días iban pasando, hasta llegar a uno muy emblemático, que precede a la entrega de los ansiados regalos: La Cabalgata de los Reyes Magos, un desfile en el que ellos, los Reyes, se pasean por algún punto de la ciudad en sus majestuosas carrozas. Las calles por donde debían pasar los Magos de Oriente se llenaron de gente ansiosa, esperando para ver los imponentes carruajes desde los que Sus Majestades saludaban a todos los ilusionados chiquillos que a su paso veían caer una lluvia de caramelos de sus generosas manos.

Antes de salir a ver la Cabalgata, mi emoción era tan grande, que no hacía más que saltar de alegría. Yo, que soy un poco cantarina y revoltosa, tenía alborotados a todos en la casa, hasta que por fin, llegó el momento de salir con mis abuelos, en medio de un frío casi polar y con un viento que nos arrastraba, para ver la Cabalgata. A medida que nos íbamos acercando al lugar por donde pasarían los Reyes, veíamos a la gente correr para ubicarse en las primeras filas. Creo que nosotros no pudimos alcanzar un lugar privilegiado y desde donde estábamos, yo no veía nada. ¡Qué decepción! No dejaba de repetirle a mi abuela que quería ver y ella sólo me contestaba:

- Tranquilízate nena, que cuando lleguen los Reyes te alzamos y vas a verlos.

En el momento en que llegaron los tan ansiados Reyes Magos, yo, ni corta ni perezosa, me escabullí entre la gente, llegué a la primera fila y a viva voz les grité, lo que ya les había escrito en la carta:

-Quiero una muñeca de pelo largo, un hula hoop y una bolsa de caramelos Toffes.

Como bien se podrán imaginar, mi abuela salió corriendo detrás de mí y me retiró de la multitud. Recibí un merecido regaño, al que no le di mucha importancia porque en mi mente sólo estaban los Reyes y el contenido de mi carta.

Al día siguiente, 6 de Enero, me levanté al alba y fui corriendo a la sala de estar para buscar mis “premios”. ¡Pobre de mí!, no quiero ni recordarlo. Sólo había un plato con carbón y una nota que decía que me había portado mal y por eso me habían dejado esos pedruscos negros. ¡Fue terrible!, tanto, que no podía articular ni una palabra, ¡no era posible que los Reyes me hubieran dejado ese feo carbón en un plato! Me pareció un castigo excesivo. Mi abuela, sin articular ni una palabra, miraba a cierta distancia mi cara compungida. Tan congestionada estaba yo del sufrimiento y la decepción, que mi abuelita no pudo esperar más tiempo y me llevó a la habitación de ella. Allí había una muñeca de pelo largo. Era preciosa y casi tan alta como yo; también había un hula hoop rosado fosforescente y una bolsa de caramelos Toffes y por si fuera poco, un libro de cuentos que conservé por años. La vida me dio una lección: “No debía ser tan impulsiva” y mi abuela me dio otra: “No se debe gritar”. Los Reyes no me dejaron sin otra enseñanza: “si el mal no es tan grave, hay que perdonar”. Sí, ellos se apiadaron de mi, perdonaron mi falta e hicieron que pasara unas fiestas maravillosas, pero…¡qué mal recuerdo tengo del carbón!

Queridos amigos, a portarse bien para que no les traigan carbones y desde aquí deseo de todo corazón que todos pasemos una Navidad en sana paz y que el próximo año sea de dicha y felicidad.

Anuchy Ulloa